El Instituto de la Paz
Juan F. Pepén
quiere resaltar la figura de este gran hombre y religioso dominicano.
Una persona íntegra, ciudadano ejemplar y hombre de paz.
Como cristiano supo dar testimonio con su vida y a la vez,
ser sacerdote, obispo y pastor.
Mons. Juan F. Pepén junto a su hermana Luisa (derecha) y Nubia Isaza (izquierda)
quiere resaltar la figura de este gran hombre y religioso dominicano.
Una persona íntegra, ciudadano ejemplar y hombre de paz.
Como cristiano supo dar testimonio con su vida y a la vez,
ser sacerdote, obispo y pastor.
Mons. Juan F. Pepén junto a su hermana Luisa (derecha) y Nubia Isaza (izquierda)
Escritos de Pepen
Sólo destacamos escritos de Juan F. Pepén que se relacionan con el tema
de la paz. Agradecemos cualquier aporte al respecto.
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En busca
de paz
Conocer la naturaleza de la paz es necesario al
ciudadano de todos los tiempos y de todos los lugares, dado que la paz se
presenta como una aspiración humana muy cercana a la felicidad.
Sobre la paz se han dicho muchas cosas, no siempre
rectas y acertadas y es muy oportuno que el ciudadano consciente pueda tener
a su alcance una justa valoración de la paz para tratar de alcanzarla por los
medios más adecuados.
Ver la paz sólo como la ausencia de guerra no es una
apreciación acertada. La paz es mucho más que eso. Ciertamente la guerra
conspira contra la paz, pero con la guerra y antes de ella, muchos otros
factores trabajan contra la paz y determinan su ausencia en un mundo que a
pesar de ello, quiere la paz.
"La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni
se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una
hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama
"obra de la justicia" (Is.32,7). Esto lo afirma el Concilio
Vaticano II en su Constitución "Gozo y Esperanza" (Nº78) hablando
sobre la naturaleza de la paz.
Esa justicia que produce y determina la paz al decir
del anuncio profetice de Isaías, tiene necesariamente hondas raíces
espirituales; es un signo de la vida divina en medio de los hombres y por eso
tiene el carácter sagrado que la eleva a la categoría de virtud humana
natural y sobrenatural a la vez.
La justicia que obra la paz supone un orden. Y todo
orden supone un ordenador. Dios quiere la paz. Cristo vino al mundo a dar la
paz.
Hablando a cristianos, sólo hay paz donde impera la
justicia. Y sólo hay justicia, donde gobierna el amor.
Mucho se ha hablado en el mundo de paz, justicia y
amor. Pero las palabras que no van acompañadas de realizaciones con¬cretas 3
no pasan de ecos que el viento se lleva. "Obras son amores y no buenas
razones" reza el clásico refranero castellano.
Otra vez apelamos al texto magisterial del Concilio
Vaticano II para repetir con él: "El bien común del género humano se rige
primariamente por la ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el
transcurso del tiempo, está sometido a continuos cambios; por eso la paz
jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer" (Const.
Gozo y Esperanza, Nº 78).
El quehacer de la paz nos obliga a muchas cosas,
dejando siempre de lado lo que rebaja o disminuye la dignidad y libertad del
hombre.
El ejercicio del derecho y del deber de votar en una
sociedad libre es una ocasión para realizar la paz como un perpetuo quehacer.
El voto es el medio de que disponen los hombres y
mujeres libres para llevar al gobierno de su nación hombres y mujeres
honestos, dignos y capaces, que sepan, puedan y quieran defen¬der en todo
momento y frente a todo otro interés, los principios básicos de la familia,
la patria, la religión, la cultura y la identidad de su pueblo. En esos
principios descansan el orden, la paz y la prosperidad de las naciones.
El voto es un acto moral que implica responsabilidad
de conciencia. Es un acto público que afecta no sólo al individuo, sino a
toda la sociedad y el elector es responsable ante Dios y ante la patria del
mal que cometan sus elegidos, de las leyes o decretos injustos que dictaren y
muy especialmente de la corrupción y excesos en que incurran como gobernantes.
Quede bien establecido que el cristiano no puede
ejercer el voto sin una conciencia clara de la responsabilidad que asume, y
que en caso de duda legitima, ha de consultar a quien por su oficio debe
darle orientación más segura.
Sólo el bien común ha de ser la motivación sincera
del voto libre. Libre de presiones sicológicas o morales. Libre de
condicionamientos creados por recursos publicitarios sin escrúpulos. Libre de
intimidaciones y sobornos.
Incógnitas no despejadas. Serios interrogantes inquietan
necesariamente el espíritu de quienes en silenciosa mayoría piensan hoy en el
futuro de esta tierra.
La mujer, sobre todo la mujer cristianas la que
siente, ama, sufre y espera, tiene hoy tal vez en sus manos decidir el futuro
de la patria. Y ese futuro de paz y amor, de justicia y libertad, parece
estar en las urnas electorales. Por eso nuestra invocación:
Ilumina, Señor las mentes y
despierta las conciencias, de todos los que cumpliendo un deber y ejerciendo un derecho, realizan desinteresada y libremente el acto cívico de participar en elecciones de autoridades gobernantes. Que no sea el partidismo. Que no sea el odio. Que no sea el interés ni la ambición la razón última de este acto, que será bueno o malo según la intención que lo motiva. Y que no quedará sin consecuencias: Libertad con alegría u opresión con pesadumbre.
Juan F.
Pepen, Obispo Auxiliar
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Tomado de “A la sombra del Santuario” Reflexiones de un pastor (inédita). Por Mons. Juan F. Pepén |
Un voto por la vidaEn una aldea montañosa y teniendo como escenario la Cordillera de loa Alpes, Juan Pablo II se ha dirigido una vea más a los fieles del mundo para instarlos a disfrutar de las bellezas de la naturaleza y a estar prevenidos frente a la amenaza, que representa el ser esclavos de la tecnología. Textualmente el Papa ha dicho:"Nuestra vida, en la edad de la tecnología, corre peligro de ser más anónima. El hombre se torna incapaz de disfrutar de las bellezas de la creación y, lo que es peor, de ver en ellas un reflejo del rostro de Dios".
Un fiel testigo
de la vida y de la Bondad Infinita del Creador, el papa nos invita una vez
más a vivirla en plenitud, lo que requiere en nosotros un uso y un respeto a
los bienes de la naturaleza que corresponda a su divina Voluntad. El Papa, en
buena hora para el mundo califica a la misma naturaleza como "antídoto
vital" para el aburrimiento, la desorientación, la desesperación y otros
males que aquejan a la vida moderna.
Es curioso y muy
digno de atención y reflexión el hecho de que tanto progreso tecnológico como
ha habido en el mundo en este siglo que ya concluye no haya hecho posible a
la humanidad un bienestar que colme las aspiraciones de su vida y se
adviertan tantas insatisfacciones y frustraciones precisamente en quienes tienen
a su alcance esos medios. Esto sólo se explica por una errada orientación en
el progreso humano, que ha ignorado y relegado a un último y lejano lugar lo
que concierne a los insustituibles bienes del espíritu.
Hay mucha
tristeza y hay también insatisfacción y frustración porque somos cuerpo y
espíritu y éste sin cultivo y ejercicio de sus capacidades propias, siente al
fin un vacío que no pueden llenar todos los bienes y comodidades materiales.
¿Quedaremos
cubiertos de basura?, preguntaba hace algunos meses una publicación europea
destinada al hogar. A continuación añadía:
«Los noticiarios
nos comentan de vez en cuando los montones de basura que rodean todas las
grandes ciudades. Cada habitante tipa papeles, restos de comida, deséenos y
cosas inservibles a razón de dos kilos por semana. Actualmente el aire se envicia
y contamina con el anhídrido de carbono de los automóviles. Con esta política
absurda, el hombre ha ido consiguiendo que el aire en algunos lugares resulte
irrespirable.
Mucho se podría
salvar de la madre naturaleza y podríamos evitar que se extingan especies
vegetales y animales en las reservas naturales que Dios ha creado para
nosotros. Pero todavía no hay una o conciencia clara que ayude a la no
destrucción; y el ciego despilfarro provoca que seamos sepultados por la
basura".
Esta conciencia,
añadimos, hay que formarla, no surgirá sin una motivación fuerte, porque hay
grandes intereses que apenas se detienen a medir las graves consecuencias del
deterioro constante de la naturaleza para el futuro de los pueblos. Es el
egoísmo y la avaricia que se vuelven incontenibles cuando sólo se piensa y se
actúa en función del lucro y la ganancia, olvidando las razones más profundas
de la solidaridad humana.
Como una nota de
esperanza, en el mundo ha aparecido la industria del reciclaje. Muchos
desperdicios contaminantes y degradantes de la naturaleza son hoy
reconvertidos en materia útil, evitando así un daño irreversible y
contribuyendo a una vida mejor para toda la humanidad. Son soluciones que han
de tener a la vista los responsables del bien común en cualquier latitud de
la tierra que habitamos.
Por su parte, y
tal como Juan pablo II lo ha expresado, la Iglesia tiene hoy entre sus más
graves preocupaciones la degradación del ambiente, Ella misma, sin embargo,
tiene esperanzas do que las nuevas generaciones adquieran conciencia ciara
sol/re este vandalismo y que no sólo se opongan a él, sino que cuiden los
recursos naturales renovables para que éstos no se derrochen ciegamente.
Nuestro propio
país es un ejemplo de lo que significa el prolongado descuido de las reservas
naturales, cuando vemos con cierta impotencia para impedirlo su destrucción
acelerada. Ha faltado una firme decisión de la ley que establezca y haga
respetar a todos los niveles esas reservas y, lo que sería a la postre más
eficaz, un proceso educativo de las nuevas generaciones del campo y la ciudad
que vaya creando una nueva conciencia del problema. Nuestros campos se
vuelven estériles, nuestras fuentes fluviales y nuestros ríos se han ido
agotando y nuestro clima se ha tornado cada vez más inestable e impredecible.
¿Qué espera a las
próximas generaciones y aun a la presente a juzgar por lo que ya constatamos?
La improvisación, la dependencia de intereses ajenos al bien de la mayoría y la
apertura desprevenida a todo lo qué nos llega de otros lares nos nacen
aparecer a nivel internacional como tierra de nadie, que se aprovecha en
primer lagar para lo que la ley no permitiría en otros lugares.
Estamos a tiempo
de frenar el proceso de degradación de la naturaleza que podría hacernos en
una generación tierra inhabitable, pero sólo una toma de conciencia colectiva
sería capaz de responder a lo que hoy nos apremia porque es para la nación de
vida o muerte.
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Tomado de “A la sombra del Santuario” (Inédita) Reflexiones de un pastor. Por: Mons. Juan F. Pepén |
La paz del
corazón está edificada sobre muchos pequeños sacrificios. Vale la pena
poseerla, aunque costara más.
Quien
desee la paz debe exigirse más a sí mismo que a los demás.
La paz en
definitiva no es otra cosa que reconocer que los hombres somos todos
diferentes y debemos vivir juntos en un solo mundo.
Acude
día a día a la fuente del
infinito. En ella encontrarás el tesoro inagotable de paz que anhelas y buscas infructuosamente fuera de ti mismo; El infinito es Dios y Dios está en ti como Rey y Señor. Entrégale la limitada esencia de tu individualidad. Así tendrás el infinito que deseas.
Tu sueño será más
tranquilo si al acostarte recuerdas siquiera una buena obra realizada en el
día.
¿Conoces
a un hombre verdaderamente pacífico? Has hecho un gran descubrimiento.
Estímalo en lo que vale.
El hambriento
conserva difícilmente el temple de su alma, no importa cuál sea su bondad
natural y temperamento. Procura ayudarle a remediar su hambre si has de
conservar la paz de tu casa y de tu hacienda. Es más de temer una oveja
hambrienta que un león harto.
Cuida
tanto de que esté seguro
el pan de tu vecino como de asegurar el tuyo propio. Es mala consejera la necesidad y supone gran fuerza moral el vencer la tentación que sugiere el hambre.
El desempleado es
un delincuente potencial. No sólo es peligrosa la ociosidad como vicio y
defecto voluntario, sino que lo es también la desocupación forzada. El
desocupado involuntario se vuelve rabioso y desesperado y se venga contra la
sociedad por medio de la delincuencia.
Nunca
trates de levantar un pedestal
sobre la ruina de los demás. Sólo el ruin y miserable trata de destruir el bien ajeno para labrar el propio.
Si el bien de tu
prójimo no te roba el sueño, si su felicidad es tu contento; si su alegría es
la tuya, ten por cierto que perteneces ya al reino de los elegidos.
Apólogo
En el gallinero
de Don Venancio, dos patos se peleaban constantemente. Reunido en consejo con
su mujer, razonó de esta manera: el único remedio es "quitar" uno
de los dos, cortarle la cabeza y echarlo a la olla.
Pero su mujer le
objetó de esta manera: ¿No sería mejor hartarlos bien a los dos, de manera
que ninguno tenga envidia del otro y, ya calmados y sosegados se echen
tranquilamente a dormir?
Don Venancio
concluyó que su mujer debía tener razón.
Y el gallinero
prosperó. (Como la mujer razona la Iglesia).
Nadie
puede estar en paz y ser
indiferente cuando la injusticia hace víctimas a su lado.
La paz armada es
una paz ficticia; sólo la justicia en libertad es base de paz estable.
No
pierdas tu paz por cualquier
cosa. Ten por seguro que no hay en el mundo nada que valga tanto como para perder la esperanza en un día mejor.
No es fácil la
paz cuando se tiene al lado a un vecino hambriento.
Respetar
a los demás es comenzar a tener paz.
Querer mantener
en paz la sociedad sin promover la Justicia es obligar a Dios a hacer
milagros.
La miseria tiene
madre: la injusticia.
Nunca exijas a
los otros más de lo que tú, en circunstancias semejantes, eres capaz de
hacer.
Es
muy difícil que gente con hambre razone.
Cuanto más
aprieta el trapiche, más azúcar da la caña. Así el sufrimiento suele producir
frutos de paz, si es bien sobrellevado.
Civilización
y silencio suelen ser casi sinónimos.
Los hombres
"se preparan para ir a la guerra". También debieran prepararse para
ir a la paz.
Progreso
que produce neurastenia no es progreso.
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Tomado de: RIQUEZAS DEL ESPÍRITU Por Mons. Juan F. Pepén Ediciones M.S.C., Diciembre 1995. Páginas 87-91 |
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