Escritos sobre Pepén

En esta sección resaltamos artículos o publicaciones escritos en relación a la persona de Juan F. Pepén y su vinculación al trabajo por la paz.
Agradecemos cualquier aporte al respecto.

          
Dimensión social del episcopado de
Mons. Juan Félix Pepén
Por José Luis Sáez, S.J., 24 junio, 2010

Conferencia preparada para la VI Semana Social 

de la Arquidiócesis de Santo Domingo, 

Celebrada del 21 al 24 de junio,

en la Universidad Católica de Santo Domingo.



Antes de adentrarme en la dimensión social de la obra del obispo Juan Félix Pepén Solimán, será preciso hacer un breve recuento de su vida. 

Juan Félix Pepén Solimán nació en Higüey el 27 de enero de 1920 y terminados sus estudios primarios e intermedios en Higüey, el 1º de octubre de 1934 ingresó en el Seminario Conciliar de Santo Tomás, entonces en el antiguo Convento Dominico. Mons. Octavio A. Beras le ordenó sacerdote en la Catedral de Santo Domingo el 29 de junio de 1947 y celebró su primera misa en el antiguo santuario de Higüey el 13 de julio de ese año. Se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Domingo el 28 de octubre de 1951. Su tesis, publicada en 1954, aunque versaba sobre la Oratoria Sagrada, trazaba la influencia de la Iglesia en la formación de la nacionalidad dominicana.1 Con dos sacerdotes más se hizo cargo de la Parroquia de San Antonio en Gázcue, de la que fue párroco cuatro años (1955-1959), se convirtió en el primer obispo de la Diócesis de la Altagracia el 1º de abril de 1959, siendo consagrado el 31 de mayo de ese año. 

Durante unos años fue rector de la Universidad Católica Madre y Maestra (1967-1968). En medio de serias dificultades que toreó con gallardía, haciendo caso omiso de sus escasas fuerzas físicas, la gobernó durante dieciséis años (1959-1975). A su renuncia (9 mayo 1975), fue designado obispo auxiliar de Santo Domingo, retirándose definitivamente el 11 de febrero de 1995, continuando su producción literaria prácticamente hasta el 2003, y falleciendo en Santo Domingo el 21 de julio del 2007. 

Rasgos tempranos de su dimensión social
 

No cabe duda que su identificación con lo que entonces se llamaba aún, como si fuera la gran novedad de la Iglesia, “la cuestión social”, parece que empezó muy pronto en su vida sacerdotal. Según él mismo relató en su autobiografía del 2003, al tiempo que el arzobispo salesiano Ricardo Pittini aprobaba el intento de algunos laicos católicos de actualizar o aplicar la doctrina de la famosa encíclica “Rerum novarum” de León XIII, él se hizo cargo de la asesoría de la recién nacida Unión de Empresarios Católicos, afiliada en parte a la Acción Católica. Pero, como él mismo reconoce: “Algo se hizo, aunque el esfuerzo inicial no encontró mucho eco por las circunstancias. Se vivía cohibido por el temor”.2
 

Es posible que antes hubiera alguna otra manifestación de su conciencia social, pero el Padre Pepén fue el señalado en 1958, cuando era aún párroco de San Antonio en Gázcue, -él asegura que fue gracias al P. Luis González-Posada, vicerrector de la Universidad-, para dictar aquellas “cátedras” semanales libres de Moral Profesional en la Facultad de Economía y Finanzas de la Universidad de Santo Domingo. Sin apuntes ni libros, sentado tras el escritorio de un aula de la planta baja del Edificio Doctor Defilló, como quien dominaba todo eso desde hacía tiempo, nos admiraba a los alumnos de Finanzas los sábados en la mañana con muy buenas lecciones de doctrina social de la Iglesia, casi bailando en la cuerda floja para poder decir lo que debía decir, y no acabar con el socorrido sambenito de “cura socialista”.
 

El lema de su escudo episcopal “Veritas et Iustitia”, adelanta o quizás sólo prosigue lo que había sido ya norma de su vida antes del episcopado, del que ciertamente anticipó su seriedad cuando a finales de febrero de 1959 comentó a su madre y hermana s en su casa de la calle Arzobispo Portes: “Al que le caiga una mitra en la cabeza en la República Dominicana en estos momentos, lo compadezco”.3
 No sospechaba aún a esas alturas que sería su cabeza la primera en sostener la mitra, aunque ciertamente adivinó que el futuro sería todo menos halagüeño. 

La primera instancia documentada que conocemos de su actitud social como obispo de Higüey es la carta que dirigió al dueño del diario
 El Caribe (11 octubre 1962) en defensa de los trabajadores de los ingenios del Este, y del bloqueo que sufrían allí los de San Francisco de Macorís. “Mi intervención como obispo, -recordaba en sus citadas memorias del 2003-, no planteaba soluciones técnicas ni económicas, lo que no es de nuestro dominio, sino soluciones humanísticas elementales”.4 Y ahí precisamente estriba su contribución como apóstol social del siglo XX, en que sus exigencias van más allá de reivindicaciones obreras o sindicales, y rozan el área mucho más grave y de urgente reforma de la violación de los derechos humanos. 

Por esa misma razón, cuando asume la creación de escuelas en su diócesis, como sucedió con la Escuela Taller Juan XXIII en 1962, no tenía otra motivación que “tener al alcance de todos en Higüey un instituto que asumiera una pedagogía del desarrollo humano en su plena capacidad”.
 

Producto del mismo afán fueron algunas de sus primeras cartas pastorales,-todas de índole social-, como la
 Carta a los Terratenientes de la Diócesis de Higüey (15 noviembre 1965), -ya entonces proponía como única solución para la paz y el bienestar social “el establecimiento de un orden social justo”-, laCarta a los Trabajadores (6 febrero 1966), la excelente Carta sobre el problema agrario y sus posibles soluciones (26 enero 1969), y por fin la Carta a los campesinos (15 mayo 1971).5 

A propósito de la tercera de ellas, recordaba el obispo que, para que se le acusara de que “decimos y no hacemos”, informaba que su misma Diócesis a principios de 1963 “ofreció al Instituto Agrario Dominicano unas tierras de mediana extensión que poseía por un legado en El Cortecito, Higüey. El Instituto Agrario, continuaba la carta, no pudo hacer nada entonces y hoy disfrutan de la mayor parte de esas tierras, sin culpa nuestra, algunas personas más bien pudientes, que las han ocupado
 comprando mejoras a los campesinos”. 

E inmediatamente después, aclaraba: “Nadie ha defendido con más insistencia el derecho a la propiedad privada que la Iglesia Católica”. Y basándose en el concepto de bien común del Concilio Vaticano II, concluía: “De manera que cuantas veces se presenta una situación en la cual el bien común resulta lesionado por intereses particulares, asiste al Estado el derecho de realizar una expropiación forzosa, previa indemnización, que ha de valorarse según equidad”.6
 

“Ninguna de estas cartas, decía el obispo higüeyano en su autobiografía, se proponía otra cosa que no fuera el bien espiritual y material de todos los hombres y mujeres de la diócesis y del país. Pero hablaban un lenguaje nuevo. Por siglos la religión para muchos había sido el repicar de una campana o el ruido de una fiesta repetido y oído cada año que les dejaba igual al no pedir el cambio de vida que abarca el amor a Dios y a los hermanos”. Tratamiento aparte merecería el
 Documento Pastoral de los Sacerdotes de la Diócesis de Higüey (1969), de amplia difusión, reproducido incluso en la prensa diaria, en que doce sacerdotes (entre ellos dos dominicos y tres scarboros, además de un arzobispo y un obispo auxiliar actuales), en que asumen, amplían y defienden el pensamiento social de su obispo.7 

Durante esos años, varias intervenciones o declaraciones suyas definen y concretan lo enunciado en esas cuatro cartas pastorales. En una conferencia en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (10 septiembre 1968), fue radical en enunciar que “la propiedad privada no constituye un derecho incondicional y absoluto”. Basándose en la encíclica de Pablo VI sobre el Desarrollo de los Pueblos (“Populorum Progressio”), Mons. Pepén no tembló al asegurar que “el bien común exige algunas veces la expropiación, si por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva”.8
 

Cinco meses después (2 febrero 1969), mediante unas declaraciones escritas y difundidas por la prensa al día siguiente, denunciaba la persecución de que eran objeto los campesinos de Jobo Dulce (Higüey), por terratenientes inescrupulosos, y los agricultores de Hato Mayor y los cooperativistas de El Seybo, ambos por supuestos agentes del orden público. Y una vez más citaba la Carta Pastoral de enero de ese mismo año y añadía: “Hemos insinuado que cuantas veces se presenta una situación en la cual el bien común resulta lesionado por intereses particulares, asiste al Estado el derecho de realizar una expropiación forzosa, previa indemnización, que ha de valorarse según equidad. Esto no es una opinión particular, sino que es doctrina sacada de los documentos del Concilio Vaticano II, cuya recta aplicación puede hacerse en cada caso específico con la prudencia y sabiduría del buen gobernante”.9
 Una semana después, en vista de que nada se hacía para mejorar la suerte de los campesinos del Este, Pepén volvía a la carga. Esta vez, en el curso de un sermón, sugería abiertamente a la sucesión Morales Garrido vender al Estado las 16,000 tareas de tierras que poseían en Jobo Dulce, de las cuales sólo estaban cultivadas 10,000 tareas. Eran los representantes de la fundación quienes habían cercado con nueve y seis cuerdas de alambre las 90 tareas de tierras cultivadas por 250 labriegos, arrasaron dichas tierras y las sembraron de pastos.10 

El 30 de agosto de 1970, al celebrar la fiesta de Santa Rosa de Lima, Patrona de La Romana, hablando de la pobreza generalizada, en su homilía planteaba:
 

“La mayoría, la inmensa mayoría de nuestro pueblo, nace, vive y muere pobre, y no por natural pobreza de nuestra tierra, sino, digámoslo con franqueza, por falta de conciencia cristiana y de sensibilidad humana de los que pueden ayudar a sus hermanos a buscar una vida mejor. Nosotros mismos, que estamos aquí en este templo celebrando la fiesta de Santa Rosa, ¿estamos haciendo profesión de caridad o profesión de hipocresía si no nos preocupamos por el dolor ajeno, por el que tiene hambre, por el que sufre persecución? Y el colmo de la hipocresía será ciertamente si no sólo no nos preocupamos, sino que somos al mismo tiempo agentes responsables de esos males que abaten a nuestro prójimo”.11
 

Todo este pensamiento estaba presente incluso en el sermón de la misa de inauguración, --siempre se dijo que era la ceremonia de entrega del Estado a la Diócesis--, de la Basílica de la Altagracia en Higüey (21 enero 1971), sobre todo cuando las críticas de falta de testimonio en medio de un país y una comunidad pobre y otras vascuencias estaban lloviendo en la prensa desde varias semanas antes. Por eso el punto álgido de aquel sermón estuvo en el décimo párrafo, que decía:
 

“Se ha construido en Higüey un templo que es una maravilla de la República Dominicana y aun de América; pero ese templo nada significaría si nos olvidamos de los hombres, de los templos vivos de que habla el Apóstol San Pablo. Al recibir este templo monumental, concebido y levantado en su mayor parte cuando aún no se vivía en la nueva atmósfera del Concilio Vaticano II, nosotros, los que asumimos la responsabilidad de recibirlo, damos público testimonio de que no queremos borrar capítulos de ese Concilio. Él habla claro de la dignidad del hombre, y fundados en ello, afirmamos que
 vale más un hombre cualquiera, por infeliz que sea, que todos los templos materiales del mundo”.12 

Y enseguida, como si se concretase lo que acababa de enunciar en su sermón, citando la Constitución .., dice en su autobiografía de 2003 que con el auspicio del obispado de Higüey, al día siguiente de la inauguración de la Basílica, se reunieron allí delegados de todo el país en un simposium sobre los derechos humanos a la luz de la doctrina social de la Iglesia.
 

Para llevar a cabo las enseñanzas del mismo concilio, el 16 de mayo de 1971 puso en marcha el Centro Diocesano de Pastoral Campesina, con sede en El Seybo, bajo la asesoría y dirección de Fr. Juan Manuel Pérez, O.P., que había denunciado ya los atropellos de los campesinos, a los que el mismo obispo había defendido dos años antes.13
 

En los seis años siguientes continuaron sus sermones, conferencias o simples declaraciones, sobre todo en torno a la imperiosa necesidad de la Justicia y de nuevo la defensa de los campesinos del Este. Y por primera vez, entre sectores habitualmente recalcitrantes, se habla de una campaña para lograr su destitución.
 

Al celebrar una nueva fiesta de Ntra. Sra. de Altagracia (21 enero 1973), su homilía en el Santuario planteó la necesidad de un profundo examen de conciencia ante la frialdad e indiferencia frente al que sufre, los derechos continuamente violados, la justicia inoperante o el pan mal repartido.14
 Ese mismo año (31 julio 1973), intercede por unas 11,000 personas que vivían en el sector Villa Verde (La Romana), y podían ser desalojadas si se materializaba la pronta construcción de unos edificios multifamiliares. En una circular de esa fecha a todos los fieles de la Diócesis de La Altagracia, Mons. Pepén aclaraba que “muchos de ellos fueron desalojados de las tierras que trabajaban, por las deficiencias de nuestro sistema de propiedad rural. Si ahora se les desaloja de sus humildes viviendas, ¿a dónde irán?”, y en uno de sus habituales enunciados dramáticos, agregaba que un caso así demostraba que “en la sociedad dominicana actual no hay lugar para los pobres”.15 

Ese mismo año, hacia el mes de septiembre, uniéndose a tantas voces, clamaba por la libertad de los presos políticos, “por conciencia cristiana, como decía al concluir una magnífica pieza maestra, por sentido histórico, por instinto de conservación”. Y, como si quisiera trazar ese clamor en la historia misma de la Iglesia, aclaraba en su breve y sustancioso trabajo sobre los presos políticos o de conciencia:
 

“Desde los primeros siglos, la Iglesia patrocinó el perdón de los condenados, mitigando las penas y humanizando el derecho. Hizo del derecho de asilo una institución que ha venido protegiendo y perfeccionándose al través de los siglos y que ha salvado a innumerables perseguidos en todo el mundo”. Y más adelante, haciendo frente al típico malentendido que usaba el presidente, añadía:
 

“Los presos políticos están en la cárcel o por sus ideas o por sus delitos: Si es por sus ideas; ¡Ay de nuestra sociedad! Porque la persecución ideológica es el camino de la destrucción de las naciones. Si es por sus delitos, también ¡Ay de nuestra sociedad! Porque entonces han debido funcionar los tribunales a vista de todos.
 

Los viejos principios, llenos de sabiduría del derecho y de la moral vigentes por muchos siglos aconsejan que las cosas favorables hay que ampliarlas y las ociosas deben ser restringidas. Estamos en el caso en que parece que el espíritu de venganza cruda en materia política impera en nuestro país, ejercida de arriba abajo, y de abajo a arriba. Esto es cruel, y también ¿quién garantiza al actual carcelero no ser el preso de mañana? Y entonces se cumplirá lo del Evangelio, “pagar hasta el último maravedí”.16
 

Los años posteriores a la renuncia del obispado de Higüey (1975-1990)
 

Por mucho que los voceros eclesiales se apresuraran a negar que la renuncia de Mons. Pepén no tenía otras secretas motivaciones, el sentir de buena parte de los católicos aceptaron la hipótesis, difundida por los medios de comunicación, de que la supuesta renuncia se debió a presiones de la entonces todopoderosa empresa Gulf & Western. La versión de que sus quebrantos de salud fueron la única causa no tuvo desgraciadamente muchos crédulos. Las mismas frases del discurso de toma de posesión de Mons. Hugo Eduardo Polanco, llamando a la concordia y a dialogar con partidarios del gobierno y de la oposición, porque había por medio una razón altamente religiosa, de bien social, de paz familiar”, podría ser una prueba más de la primera razón, le hizo decir a muchos que habían cambiado un obispo por el azúcar que la empresa había prometido a Israel.17
 

Con su instalación como obispo auxiliar de Santo Domingo y titular de Arpi el 31 de mayo de 1975 no cesó su identificación con la promoción de la Justicia, y mucho menos al ser nombrado el 12 de agosto de ese mismo año Presidente de la Comisión Episcopal de Educación. Nunca dejó de escribir e incluso dio a la publicidad varios libros, entre los que destacan la 3ª edición de su trabajo de 1958
 Donde floreció el naranjo. La Altagracia: origen y significado de su culto(1984), Semillas en el surco (1985), Llamado a la salvación (1987), Principios de Moral Profesional (1994), y la ya citada Un Garabato de Dios (2003), la última de sus obras. 

Durante esos años, no se pueden olvidar sus substanciosos artículos de la sección “Después del Concilio” en el diario El Sol, sobre todo “Lo que la Iglesia no quiere ser” (9 mayo 1978), a propósito de la campaña de uno de los candidatos. Siguió un trabajo sobre la función de la escuela privada (24 septiembre 1982), y por sin, “Entre el todo y la nada” aparecido en
 El Nacional(4 agosto 2000), un bien pensado trabajo donde analizaba las incoherencias del sentir social en el uso del manoseado término “bienestar”. 

Resumen provisional
 

Desde aquellas deliciosas clases sabatinas de doctrina social de la iglesia en la Universidad de Santo Domingo, aunque se llamase
 Moral Profesional para Economistas en ciernes, ese santo con zapatos que disfrutamos durante cincuenta años más, dio pruebas más que suficientes de que la doctrina social de la Iglesia, y más aún la doctrina renovada del Concilio Vaticano II, era el imprescindible motor de su actuación como primer obispo de Higüey. Su defensa de los campesinos sin tierra, su promoción del hombre y la mujer del Este, creando instituciones educativas y de desarrollo, buscando la colaboración de religiosos y religiosas, son las concreciones, la puesta en práctica y concreción de un ideal que sí era factible. 

Desde la visión de futuro del P. Francois de Paule Charbonneau y su primera escuela de agricultura en San Jerónimo en 1856, el afán de emprender la enseñanza católica en el Colegio San Luis Gonzaga del P. Francisco Xavier Billini en 1866, y los tres o cuatro héroes no anónimos del tímido movimiento cooperativo a mediados de los años 50, no se había visto emprender una labor sostenida de promoción social como la que he querido resumir en estas páginas. Nos queda un recuerdo agradecido y venerado, pro también nos dejó con una interrogante: si seremos capaces de continuar una labor que, aunque adquiera matices diferentes, siempre se concretará en la salvación del ser humano, ese que es imagen única del Padre.
 

NOTAS:
 

1 - Juan F. Pepén,
 La Cruz señaló el camino. Influencia de la Iglesia en la formación y conservación de la Nacionalidad Dominicana (C. Trujillo: Editorial Duarte, 1954). Antes de su publicación, la obra fue premiada en los Juegos Florales Nacionales, celebrados el 24 de octubre de 1952. 
2 - Mons. Juan F. Pepén,
 Un Garabato de Dios. Vivencias de un Testigo (Santo Domingo, Ediciones Peregrino, 2003), p. 77. 
3 -
 Ibid., p. 90. 
4 -
 Ibid. p. 140. 
5 - La segunda de las cartas aparece entre los apéndices de la obra ya citada, pp. 235-239.
 
6 - Cfr. Obispado de Nuestra Señora de la Altagracia.
 Carta Pastoral sobre el problema agrario y sus posibles soluciones (Santo Domingo: Imprenta Félix, 1969), pág. 3. 
7 - Cfr.”Documento Pastoral Sacerdotes Diócesis de Higüey”,
 El Caribe (Santo Domingo, 22 marzo 1969), p. 6. 
8 - Guillermo A. Jiménez, “Opina Propiedad Privada No es Derecho Absoluto”,
 El Caribe (Santo Domingo, 11 septiembre 1968), p. 1ª 
9 - “Pepén Denuncia Persiguen Campesinos Este del País”,
 El Caribe (Santo Domingo, 3 febrero 1969), p. 1ª, p. 12, col. 2; “Obispo Pepén Aclara Contenido Pastoral”, Listín Diario (Santo Domingo, 3 febrero 1969), p. 1ª, cols. 1-2. 
10 - Cfr. S. Estrella Veloz, “Pepén sugiere a Sucesión Vender Tierras al Estado. Implican 16 Mil Tareas”,
 Listín Diario (Santo Domingo, 8 febrero 1969), p. 1ª, col. 4; p. 14, cols. 1-3. 
11 - Mons. Juan F. Pepén, “De la Homilía en la fiesta de Santa Rosa de Lima”,Listín Diario
 (Santo Domingo, 1º septiembre 1970), p. 13, col. 3. 
12 - “Mensaje de Mons. Pepén”,
 Listín Diario (Santo Domingo, 22 enero 1971), 15; repr. Juan F. Pepén, op. cit., 241-245. 
13 - Cfr. “Obispado Auspicia Un Centro”,
 El Nacional (Santo Domingo, 18 abril 1971), p. 8, cols. 1-3. 
14 Cfr. “Pepén Pide Examen Conciencia Por Indiferencia Ante Desmanes”,
 El Caribe (Santo Domingo, 23 enero 1973), p. 1ª, col.4; p. 10, cols. 1-3. 
15 - “Obispo de Higüey Intercede Por Moradores de Sector”,
 El Caribe (Santo Domingo, 1º agosto 1973), p. 1ª, cols. 1-4. 
16 - Mons. Juan F. Pepén, “La Iglesia y los presos políticos”,
 La Noticia (Santo Domingo, 23 diciembre 1973), p. 4-A, cols. 1-2. 
17 - Sobre la renuncia de Mons. Pepén, véase:”Monseñor Pepén renuncia Obispado de la Altagracia”,
 El Caribe (Santo Domingo, 12 mayo 1975), 1ª, col, 1-2; 14C, cols. 1-3; Epifanio Rodríguez, “Desmienten informes traslado Pepén obedeciera a presiones de G & W”, Última Hora (Santo Domingo, 5 junio 1975), 2. 


José Luis Sáez, S. J., 
escritor, historiador. 
Autor, entre otros, del libro 
"Los Jesuitas en la República Dominicana".




Datos biográficos de Juan F. Pepén: 

Nacimiento: 27 de enero de 1920
Lugar: Higüey, R.D.
Estudios Primarios e Intermedios: Colegio Las Mercedes - Higüey
Estudios Eclesiásticos: Ingresó al Seminario Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo. 1° de octubre de 1934.
Ordenado sacerdote: 29 de junio de 1947.



Ministerios:

  • Capellán de Colegios: Quisqueya y Santa Clara. 1947-1954
  • Asesor de la Juventud Universitaria Católica. 1957-1959.
  • Párroco de San Antonio de Padua, Santo Domingo. 1954-1957.
  • Profesor: Universidad de Santo Domingo. 1958-1959.
  • Provicario Castrense. 1958
  • Canónigo Honorario - Santo Domingo, 1958.
  • Asesor de la Unión de Empresarios Católicos 1957-1959.
  • Designado Primer Obispo de Ntra. Sra. De la Altagracia de Higüey. 1° de abril de 1959.
  • Ordenado Obispo: 31 de mayo de 1959.
  • Trasladado a Santo Domingo, Auxiliar del Arzobispo Cardenal Octavio A. Beras. Mayo de 1975.
  • Miembro fundador de la Conferencia del Episcopado Dominicano.
Pastoral Educativa:
  • Fundador de la Asociación de Maestras Católicas, en colaboración con Mons. Ricardo Pittini 1948.
  • Presidente de la Comisión Episcopal de Educación de la Conferencia del Episcopado por varios periodos.
  • Miembro del DEC (Departamento de Educación Católica - CELAM)
Prensa Católica:
  • Corresponsal de Noticias Católicas, Washington, DC. 1950-1960.
  • Colaborador de Publicaciones Nacionales y Extranjeras.
  • Director del Semanario Católico FIDES. Santo Domingo.
  • Asesor – colaborador de EL PEREGRINO, HOY
  • Miembro de la Junta de Asesores, Semanario CAMINO y de Radio ABC
Publicaciones:
  • Religiosas:
    • “Donde floreció el Naranjo”
    • “La Palabra en Cuaresma”
    • “Llamada a la Salvación”
  • Históricas:
    • “La Cruz señaló el Camino” (Tesis de Graduación). Obra premiada en los Juegos Florales Nacionales de 1952.
  • De pensamiento católico:
    • “Riquezas del Espíritu”
    • “Educación y Progreso”
  • Documental:
    • “Semillas en el Surco”
  • Didácticas:
    • “Educación de la Conducta humana”
    • “Empezando a Convivir”
    • “Principios de Moral Profesional”
  • Ultimas publicaciones:
    • “Un Garabato de Dios. Vivencias de un Testigo”
    • “La Nación que Duarte quiso”.
    • Y varios Opúsculos. 
Doctorados Honoris Causa:
  • Universidad APEC, 1985
  • Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA), 1991
  • Universidad O&M, 1996
Galardones:
  • Socio Honorario de Acción Pro Educación y Cultura (APEC).
  • Miembro de Honor de la Fundación Testimonio, Inc.
  • Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia.
  • Orden de Duarte, Sánchez y Mella, Honor al Mérito.
  • Galardón ‘Jesús Maestro’ otorgado por la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC); México 2001.

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